Los calendarios
de celebraciones y efemérides internacionales, promovidos desde la Organización
de Naciones Unidas, juegan un papel fundamental como instrumento generador de
conciencia social. Nadie pone en duda la necesidad de consagrar un día del
calendario cada año a la salud, la lucha contra la pobreza, el hambre, las
enfermedades y la violencia. ¿Quién no se siente identificado o, al menos,
solidarizado, con estas causas?
de celebraciones y efemérides internacionales, promovidos desde la Organización
de Naciones Unidas, juegan un papel fundamental como instrumento generador de
conciencia social. Nadie pone en duda la necesidad de consagrar un día del
calendario cada año a la salud, la lucha contra la pobreza, el hambre, las
enfermedades y la violencia. ¿Quién no se siente identificado o, al menos,
solidarizado, con estas causas?
Hoy,
26 de abril, celebramos el día mundial de la propiedad intelectual. La fecha
conmemora la entrada en vigor del Convenio de la Organización Mundial de la
Propiedad Intelectual (Convenio OMPI), hace ahora 45 años.
26 de abril, celebramos el día mundial de la propiedad intelectual. La fecha
conmemora la entrada en vigor del Convenio de la Organización Mundial de la
Propiedad Intelectual (Convenio OMPI), hace ahora 45 años.
Ciertamente, la
causa puede resultar ajena a una gran parte de la población, para quien el
término «propiedad intelectual» es sinónimo de prohibiciones,
licencias, censuras y demás obstáculos a la llamada libertad cultural de la era
digital. Incluso, desde una óptica no tan crítica, el término propiedad
intelectual es susceptible de evocar conceptos tan ajenos para la mayoría de
los mortales como son las leyes, los convenios, los jueces o un montón de
abogados encorbatados defendiendo a las «grandes industrias«. Quizá
hubiera sido más apropiado hablar de día mundial de la creatividad, la
innovación o la cultura. Al menos, hubiera tenido más «pegada».
Porque, sin recovecos ni artificios, la propiedad intelectual es creatividad,
es innovación y es cultura. En el despertador que nos levanta para ir a la
oficina, en la música que escuchamos de camino al trabajo, en el videoclip que
vemos en la pantalla del metro, en la obra de teatro que se anuncia en la
marquesina del autobús, en todos los programas, herramientas y aplicaciones que
nos permiten llevar a cabo nuestro trabajo de cada día, en la cafetera que nos
rescata del sopor matutino, en la serie de televisión o en el libro que cogemos
antes de irnos a dormir… Detrás de todo eso hay músicos, artistas,
programadores, ingenieros, actores, escritores, productores, y… sí,
probablemente también un montón de jueces, legisladores y abogados encorbatados tratando
de salvar lo que queda de este reducto, a veces injustamente cuestionado, que
es la propiedad intelectual.
causa puede resultar ajena a una gran parte de la población, para quien el
término «propiedad intelectual» es sinónimo de prohibiciones,
licencias, censuras y demás obstáculos a la llamada libertad cultural de la era
digital. Incluso, desde una óptica no tan crítica, el término propiedad
intelectual es susceptible de evocar conceptos tan ajenos para la mayoría de
los mortales como son las leyes, los convenios, los jueces o un montón de
abogados encorbatados defendiendo a las «grandes industrias«. Quizá
hubiera sido más apropiado hablar de día mundial de la creatividad, la
innovación o la cultura. Al menos, hubiera tenido más «pegada».
Porque, sin recovecos ni artificios, la propiedad intelectual es creatividad,
es innovación y es cultura. En el despertador que nos levanta para ir a la
oficina, en la música que escuchamos de camino al trabajo, en el videoclip que
vemos en la pantalla del metro, en la obra de teatro que se anuncia en la
marquesina del autobús, en todos los programas, herramientas y aplicaciones que
nos permiten llevar a cabo nuestro trabajo de cada día, en la cafetera que nos
rescata del sopor matutino, en la serie de televisión o en el libro que cogemos
antes de irnos a dormir… Detrás de todo eso hay músicos, artistas,
programadores, ingenieros, actores, escritores, productores, y… sí,
probablemente también un montón de jueces, legisladores y abogados encorbatados tratando
de salvar lo que queda de este reducto, a veces injustamente cuestionado, que
es la propiedad intelectual.
Autor: Patricia Mariscal
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