Se nos mueren los poetas y se nos muere el derecho de autor. Lo primero, en el
caso del mexicano y Premio Cervantes José Emilio Pacheco, es una triste
realidad. Lo segundo, ya se comprende, no es más que una licencia poética ante
los derroteros que van tomando algunas reformas legislativas en propiedad
intelectual.
caso del mexicano y Premio Cervantes José Emilio Pacheco, es una triste
realidad. Lo segundo, ya se comprende, no es más que una licencia poética ante
los derroteros que van tomando algunas reformas legislativas en propiedad
intelectual.
Fotografía de Gustavo Benítez Vía Wikimedia |
Como un testimonial homenaje hacia el poeta que acaba de
fallecer propongo el rescate de unos versos que entroncan -es un decir- con
algunos de los movimientos más proclives a la negación del derecho de autor en
Internet, aquellos que postulan la navegación libre y sin cortapisas de
obras a través de la red. Estas corrientes, no todas reprobables, se asimilan en
cierta medida a una vocación romántica al anonimato de la que se hacen eco
algunos poetas. Manuel Machado recordaba que hasta que el pueblo las canta
«las coplas, coplas no son», para añadir inmediatamente: «Y cuando
las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor«. Pues bien mucho tiempo
después, José Emilio Pacheco retoma la misma idea con estos sentidos
versos:
«Y yo quisiera como el maestro español
que la poesía fuese
anónima ya que es colectiva
anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis
versiones).
versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que ha leído y no
me conoce.
me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.
Si le gustaron mis
versos
versos
que más da que sean míos/de otro/de nadie.
En realidad los poemas
que leyó son de usted:
que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al
leerlos.»
leerlos.»
Nadie pensaría, claro está, que el poeta nos está
regalando su obra, pero revelan una generosidad de espíritu de la que bien
podemos dejar constancia con ocasión de su muerte.
regalando su obra, pero revelan una generosidad de espíritu de la que bien
podemos dejar constancia con ocasión de su muerte.
Autor: Antonio Castán
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