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¿Pero está el libro para celebraciones?

Entre las muchas frases que Jorge Luis Borges nos legó a proposito de los libros hay una en particular que adquiere en nuestros días la más palpitante y dolorosa actualidad. El autor de El Aleph podía concebir un mundo sin agua, pero era incapaz de pensar en un mundo sin libros. ¿Alguien duda que en el entorno actual este pensamiento no está tan lejos de la realidad? Internet y las redes sociales, al decir de algunos escépticos, podrían estar minando la idea de que la lectura es una necesidad vital y de que el libro representa un vehículo para la transmisión del conocimiento y para el disfrute intelectual. 
De Jorghex
via Wikimedia Commons

No me refiero, en absoluto, a la lenta pero paulatina sustitución de la edición en papel por el libro electrónico. Siempre he creído que más allá de las nostalgias lastimeras propias de un bibliófilo, la irrupción de las tablet y de los e-readers representa un simple cambio de formato que no afecta a la pasión por el libro ni al hábito de lector. Sólo se resiente, tal vez, el negocio editorial tradicional, habida cuenta esa dilución de figuras tan señeras como las de editor, impresor y librero. Pero son otras, a mi modo de ver, las amenazas a que se enfrenta nuestro preciado objeto de culto. 

Pienso más bien en esa tendencia actual a confundir creación intelectual con fenómenos -tan valiosos en otras esferas, pero tan alejados del valor artístico- como los mensajes de ciento cuarenta caracteres de un tweet, el chateo a través de sistemas de mensajería instantánea, las redes sociales o los posts que alimentan la blogoesfera, sin excluir a esta misma nota que algún despistado lector podría estar leyendo ahora.
Parece que en ciertos ámbitos de la Cultura de hoy prima el impulso antes que la reflexión y vamos poco a poco olvidando que el libro constituye casi siempre una aventura intelectual cuya recompensa es inversamente proporcional al esfuerzo empleado en la tarea de leer. La facilidad que ofrece el universo digital podría estar dinamitando esa vocación humana, tan necesaria, hacia la creación reposada de obras imperecederas y el consecuente reconocimiento de todos por el valor que éstas entrañan.
Alguien podría preguntarse legítimamente si los jóvenes de hoy, educados en la trivialidad de las aportaciones efímeras, serán capaces de emprender mañana empresas tan titánicas como la elaboración de En busca del tiempo perdido, el Ulises de Joyce o La Divina Comedia. No le falta razón al Premio Nobel chino Mo Yan cuando hacía este llamamiento al mundo en el prólogo de una de sus últimas novelas: «¡Escribamos novelas largas!«. ¿Qué será del libro si perdemos la querencia por las obras de amplio aliento?
Los datos estadísticos últimos parecen corroborar esta impresión, pero tampoco hay que caer en el dramatismo: en España se editaron todavía  56.435 títulos en 2013, aunque representan un 19% menos que el año anterior. Cada libro publicado, en un contexto como el que nos circunda, merece desde luego una celabración.

Cervantes
The Bridgeman Art Library
vía Wikimedia

Por eso, en este Día Mundial del Libro, que conmemoramos cada 23 de abril en homenaje a Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, rindamos un pequeño tributo a este bien tan valioso como mejor podemos hacerlo: comprando un ejemplar, en papel o en formato electrónico, de cualquiera de los títulos editados recientemente. Y utilicemos, por qué no, Internet y las redes sociales para recomendar su lectura.

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